Se dice que posponer la alarma es un hábito perjudicial para la salud.
¿Qué hay de cierto en ello?
La alarma del despertador es un apoyo esencial para muchas personas, diseñada para ayudarnos a despertar y comenzar el día a tiempo. Su herramienta más peligrosa es el botón que nos ofrece unos minutos más bajo las sábanas antes de levantarnos y empezar el nuevo día: el botón de posponer.
Parecería que posponer la alarma brinda más tiempo de sueño, algo inofensivo para la salud.
La realidad es que no siempre es así. El primer factor clave radica en si nos volvemos a dormir o no. Si posponemos la alarma como estrategia para despejarnos poco a poco y tener unos minutos de calma antes de levantarnos, se trataría únicamente de un momento de tranquilidad sin inconvenientes para la salud. En cambio, concebirlo como un tiempo de sueño extra es en cierta manera un error, ya que dormirse y volverse a despertar en tan poco tiempo altera el sueño y éste deja de ser reparador. Concretamente, no se alarga el ciclo del
sueño sino que inicia uno nuevo y se interrumpe a los pocos minutos, haciendo que nos despertemos más cansados.
Además del asunto de volver o no a dormirse, está el número de veces que se usa la herramienta. Generalmente, esos cinco minutos extra no son más que una trampa en la que caemos una y otra vez. Cinco minutos, diez, quince, veinte… hasta que nos encontramos con prisas para llegar a tiempo. Posponer la alarma varias veces envía una serie de señales confusas para el cerebro, interrumpimos repetidamente el ciclo natural del sueño y el despertar al que nuestro cuerpo se ha acostumbrado, generando todavía más somnolencia. Además, si prolongamos en exceso esta dinámica, entramos en un ciclo de procrastinación.
Generalmente, aplazar tareas dificulta la toma de decisiones, el afrontamiento de los problemas, en definitiva, que seamos resolutivos y eficaces. Caer en el engaño de que unos minutos más harán que estemos listos para todo ello solamente retrasa el inicio del día, de nuestras responsabilidades, de nuestros objetivos, a los que igualmente vamos a tener que hacer frente. Como desenlace, comenzar el día con prisas, solamente acaba produciendo mayor estrés.
Por otro lado, posponer varias veces la alarma es especialmente dañino para las personas propensas al pensamiento obsesivo. Los que experimentan ansiedad por el comienzo del día y lo que se les puede presentar tienden a anticiparse y preocuparse antes de que algo suceda. En estos casos, posponer la alarma es el aliado que proporciona un momento de sosiego al evitar enfrentar el desafío del día. El pensamiento anticipatorio puede, por lo tanto, fomentar la tendencia a posponer la alarma, retrasando el afrontamiento de las preocupaciones y produciendo una falsa sensación de control y tranquilidad. En resumidas cuentas, posponer la alarma puede convertirse en un problema cuando la persona se ve incapaz de emprender sus actividades.
Comentados los anteriores puntos, podemos afirmar que posponer la alarma es un arma de doble filo que conlleva más riesgos que ventajas. Supone un daño para la calidad del sueño, es un reto para la responsabilidad y repercute negativamente en nuestra actividad diaria.
Si aun así fuéramos partidarios de mantener esta práctica, deberíamos procurar posponer una sola alarma, desvelarnos progresivamente y no convertirlo en una costumbre.
ANNA POUS VIÑAS
Psicóloga General Sanitaria
Colegiada nº 24.910