Tras varios meses de estar vivenciando esta crisis sanitaria en la que estamos inmersos, ya podemos observar muchas secuelas psicológicas de la angustia sostenida durante meses.
El estado psicológico de la población empieza a estar muy afectado y el trabajo psicológico de los terapeutas debe poner todo su esfuerzo en sostener el estado anímico de todo nuestro entorno.
Al inicio de la pandemia la incertidumbre y el miedo fueron las emociones que más destacaron. Las personas hicieron un esfuerzo por adaptarse a existir con mascarilla, a reducir los contactos personales y al encerramiento.
Actualmente, la crisis afecta a todas las personas, a diferencia que al principio de la pandemia donde mucha gente no se sintió afectada psicológicamente hablando.
Los niveles de depresión y de ansiedad empiezan a aumentar de forma desproporcionada:
- Nos encontramos a todos nuestros mayores sin contacto con sus hijos o nietos, la soledad les abruma y la falta de afecto ya estaba bajo mínimos y, en estos momentos, presentan muchas carencias y mucha inestabilidad emocional. A ello se añade el miedo al contagio, ya que son totalmente conscientes de que son personas de riesgo.
- Los jóvenes se sienten totalmente impotentes. Su constitución y la edad en la que viven les lleva a desear y buscar de forma insaciable el contacto social y las actividades sociales. Se nos hace difícil ver a la gente joven en su habitación encerrados y conectados a todo lo tecnológico.
- La gente que vive sola y, además, teletrabaja empieza a sentirse con grandes niveles de angustia. En condiciones normales, el vivir solo puede provocar con mucha facilidad sensación de desarraigo y soledad. El hecho de no tener ese contacto diario con la gente del trabajo hace que se anhelen hasta las conversaciones más banales que se suelen tener.
- La inestabilidad laboral y el futuro de muchas empresas hace que todos estemos en un estado de tensión que afecta tanto a nivel de estado de ánimo, así como diferentes somatizaciones a nivel físico.
- Todas aquellas personas que padecen de razonamiento obsesivo, o presentan ciertos rasgos de pensamiento cíclico sienten pánico con la posibilidad del contagio. Esos pensamientos de “¿… y si me contagio?” “¿….. y si no volvemos a estar con los nuestros?” “¿…. y si nada vuelve a lo de antes?”
Persona a persona, paciente a paciente, aunque su motivo de consulta no esté relacionado con la crisis por COVID-19, se ven afectados en gran manera por la situación que estamos viviendo; las pautas terapéuticas se ven muy limitadas por las restricciones y, todo aquello que ayuda a la estabilidad emocional de las personas, lo tenemos prohibido.
A pesar de ello, tenemos que reinventarnos, conseguir de cada pequeña cosa todos los beneficios que podamos conseguir. Una videollamada no se puede comparar a un abrazo, pero nos puede mostrar mucho de lo que sienten nuestros seres queridos que están al otro lado de la pantalla. Hagamos lo posible por multiplicar los contactos telefónicos, videollamadas o contactos con distancia, pero finalmente cerca de los nuestros.