Hay experiencias que no es posible olvidar por más tiempo que haya transcurrido desde que las experimentamos. Recuerdo que llevaba unos días algo nerviosa y de mal humor, como irritada, pero nada importante. Podríamos decir que, como le pasa a casi todo el mundo, simplemente tenía unos días “espesos”. Me olvidé por completo del tema, ya que a los pocos días se me pasó sin más.
Un domingo salí con mis amigas y fuimos a tomarnos algo. De repente y sin ningún motivo, se apoderó de mí una sensación agobiante de ansiedad, el corazón empezó a latirme con violencia, respiraba cada vez con mayor dificultad, me ahogaba, me faltaba el aire, los ojos parecían querer salírseme de las órbitas, notaba un sofoco por todo el cuerpo, las piernas me flaqueaban, quería gritar y no podía, todo daba vueltas a mi alrededor, de repente no oía nada de lo que pasaba a mi alrededor, mi mente y mi cuerpo estaban totalmente acelerados, …
Mis amigas me metieron en un coche y rápidamente me llevaron a urgencias. No recuerdo muy bien cuanto tiempo estuve allí ni que me hicieron, pero poco a poco me fui calmando, el corazón volvió a latir acompasadamente y aunque me quedé que todo me dolía y con una gran resaca, pareció que recuperaba el aliento.
Lo que más me indignó fue que en realidad no me hicieron nada. Se limitaron a decirme que había tenido un ataque de pánico, que tenía ansiedad y que me tomase unas pastillas para los nervios.”
Esta descripción de un ataque de pánico podría ser la narración de cualquier persona que haya padecido un acceso agudo de ansiedad, pero la ansiedad es un problema muy común, que no siempre alcanza estas intensidades y que se manifiesta de formas muy diversas.
La encontramos en aquella persona que, cuando tiene que tomar una decisión, el corazón se le acelera, empieza a ponerse nervioso y a dudar entre las diferentes posibilidades que se le ofrecen. ¿Cuál será la mejor?, se pregunta. Vacila, duda, teme equivocarse y al final acaba decidiéndose con el convencimiento de que algo va a salir mal.
La podemos encontrar también en aquella persona que vacila en alejarse demasiado de casa, no vaya a ser que luego se encuentre mal, en aquella persona que de repente se le dispara el corazón o que le cuesta respirar sin tener un motivo orgánico que lo provoque. En fin, en mayor o menor medida, son muchas las personas que padecen ansiedad y que este padecimiento les impide hacer cosas que querrían y, o no pueden llegar a hacerlas, o incluso les resulta imposible llevar una vida normal y tranquila.
En muchos casos, la persona que tiene ansiedad no es consciente de lo que se la provoca y, en el momento menos esperado, la ansiedad aparece limitando totalmente a la persona y bloqueando por completo su forma de actuar. Tras el primer ataque o la primera crisis todo se reduce a “no voy a ir, no voy a hacer…. por si vuelvo a tener un ataque de pánico”.
Lo más importante: saber que esto tiene solución mediante tratamiento psicológico por un profesional del ámbito clínico y sanitario.
SUSANA SÁNCHEZ PÉREZ
Gabinete Psicológico Rehder